Faetón

Faetón Mitología griega
La caída de Faetón, de Johann Liss, principios del siglo XVII.

Faetón

Mitología griega

Faetón era hijo del Sol y de una mujer mortal. El joven estaba tan orgulloso de tener por padre a un dios tan poderoso, que lo proclamaba por todas partes. Pero los hombres y los dioses no le creían y se burlaban de él. 

Un día, desesperado. Faetón subió hasta el palacio del Sol. Entró muy decidido hasta el lugar del trono y se arrojó a los pies de su padre. 

–¡Oh, Sol, padre mío! – dijo casi sollozando –. Pruébales a todos, dioses y mortales, que soy tu hijo. 

– Eres mi hijo, por supuesto – respondió el Sol.

– Está bien, padre – replicó Faetón –. Pero yo te pedí una prueba. Algo que todos puedan ver. 

– ¿Qué deseas? – preguntó el Sol.

– Que me dejes conducir tu carro por un día. 

– ¡Imposible! – gritó el Sol – ¡Estás loco!. Sólo yo puedo conducir ese carro. 

Tanto insistió Faetón que, finalmente, en contra de sus deseos, el Sol le prometió entregarle su carro por un día. Era un carro de fuego, con caballos también de fuego. Su brillo era inmenso. Todos los días, recorría el cielo iluminando la Tierra. Su conductor era el poderoso dios Sol, que llevaba a los caballos con rienda firme, sin apartarse nunca del camino señalado. Pero, ese día, el conductor sería el joven Faetón. 

– Faetón, ten cuidado. No te apartes del camino, si el carro de la luz y del fuego se aparta de su ruta, todo el mundo morirá quemado y la Tierra será consumida por las llamas. 

Faetón escuchó apenas las palabras de su padre y partió en seguida. Al comienzo todo iba bien hasta que sintió deseos de emprender una desenfrenada carrera por el espacio. Sin vaellar, azotó a los caballos de fuego. Éstos se encabritaron y corrieron. Faetón trató de frenarlos, pero ya no podía dominarlos.

Los dioses y los hombres vieron algo espantoso. El carro del Sol se apartaba de su camino y se dirigía a la Tierra. Todos iban a morir horriblemente quemados. 

– ¡Zeus! – gritó el Sol –. ¡No permita que el mundo se acabe!.

Zeus, el padre de los dioses y los hombres, no vaciló un momento. Tomó uno de sus rayos y con violencia lo lanzó sobre Faetón. Del presuntuoso joven no quedaron sino cenizas. El Sol llegó hasta el carro arrastrado por los caballos desbocados. Tomó las riendas con sus manos inmortales y el carro de fuego volvió a su camino.
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