Literatura Colonial
Los conquistadores españoles trajeron a lo que después sería el Perú, gran copia de adelantos culturales, tanto en el orden físico como en las artes, técnicas y ciencias. Con ellos llegaron nuevas especies agrícolas: el trigo, la vid, el olivo, hortalizas diversas; una ganadería útil para el transporte, el trabajo agrario y la alimentación humana, el hierro que los Incas desconocían; la rueda, el arco y la bóveda que iban a transformar las comunicaciones y la arquitectura. Trajeron también la pólvora y las armas de fuego que jugaron un papel decisivo en la caída del Imperio Incaico. Algo más importante todavía: un sistema perfeccionado de escritura alfabética, el papel y la imprenta. En un orden más puramente intelectual, las aportaciones españolas son también innumerables: una religión monoteísta muy evolucionada; bellas artes independientes y refinadas (pintura, escultura, música, literatura), ciencias naturales y matemáticas que acababan de fundarse en Europa o de experimentar un cambio gigantesco. Para decirlo brevemente, el Perú pasó de la Edad del Bronce a la de Hierro o mejor aún, a la del plomo, si queremos guiarnos por el aforismo de Lichtenberg quien decía, refiriéndose a los grandes inventos del siglo XV, que el plomo cambio el mundo y más el plomo de las imprentas que el de las balas. O si se quiere ver aún la conquista de otra manera, pasamos de una sociedad pre-esclavista de otra precapitalista: Un salto de más de dos mil años. Para los pobladores del Perú prehispánico esta enorme transformación, este avance de siglos significó un costo muy alto. Pasaron de la independencia a la opresión y esclavitud. Acabada la conquista, y sus palabras valen para todo el pueblo quechua, dice Garcilaso que sus parientes de la nobleza incaica iban a la casa de su madre, en el Cuzco, para recordar los gastos del imperio destruido y “de las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presente: lloraban sus reyes muertos, enajenados su imperio, y acabada su República”.
El precio de la civilización o el progreso, como en este caso, suele ser tremendo y, por otra parte, hay que pagarlo de todas maneras: el paso de una sociedad esclavista primero, feudal después; y capitalista por último, parece ser un camino histórico ineludible. Lamentar que el régimen colonial Español introdujera en el Perú la esclavitud de los negros y la servidumbre de los indios, sería infantil.
Si las literaturas prehispánicas y la literatura quechua popular cuentan con pocos textos impresos debido al desconocimiento de la escritura por parte de los antiguos peruanos, a los azores de la historia desde el momento de la conquista y a la incuria de nuestras modernas instituciones culturales, no sucede lo mismo con la literatura colonial en lengua española que nos ofrece un corpus denso y voluminoso gracias a los artificios civilizados del papel y la pluma, los cuales permiten ese abuso de la palabra que según GOETHE es la letra escrita y gracias, también, el arte diabólico de la imprenta que en el Perú se estableció tempranamente, a pocos años de la conquista española. Esta literatura escrita e imprenta con relativa abundancia, se erigió en un país que no era una nación independiente, sino una colonia, bajo el dominio de una metrópoli extranjera de la cual dependían su organización política, económica y cultural.
El régimen colonial escindió a la sociedad en dos grupos desiguales: una minoría de propietarios y funcionarios coloniales y una inmensa mayoría de trabajadores aborígenes o de esclavos importados que nutría y soportaba a la primera. Una clase social llega al poder cuando tiene soluciones eficaces que ofrecer para la solución de los problemas de la comunidad y cuando deja de tener esas soluciones sólo puede continuar en el gobierno mediante la fuerza de las armas.
En el Perú, la clase gobernante de la colonia llegó al poder por la fuerza de las armas y no porque tuviera soluciones eficaces para los problemas del país. No hubo desde el principio ideales que aglutinaran de alguna manera el conjunto de la población peruano. No existió ningún tipo de unidad cultural que vinculara a dominantes y dominados no surgió una literatura que sirviera de nexo a unos y a otros.
Parte de la literatura quechua subsistió, es verdad, y aún se acrecentó con nuevos temas, formas y motivos, pero se desarrolló aparte de la literatura culta escrita en español, la cual estaba al servicio de quienes detentaban el poder y no tuvo por eso ni calidad extraordinaria ni mucha profundidad, ni en su mayor parte alcanzó a ser una literatura genuina, sino que se entretuvo en eje.
Ejercicios retóricos y formales, en la imitación vana y descarnada de modelos foráneos, en el ejercicio de dómines y cortesanos desvinculados de la realidad que los vinculaba y que los sustentaba.
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