Edipo maldice a Polinices (Œdipe condamne Polynice), en presencia de Antígona e Ismene.
Retrato: Óleo sobre lienzo, pintado por: Marcel Baschet (1883)
Edipo descubre el enigma
Se ve acercarse entre dos servidores de Edipo, al viejo pastor de Layo.
Edipo (al mensajero): Es a ti primer extranjero de Corinto, a quien interrogo. ¿Es éste el hombre a quien te referías?
Mensajero: Es él; lo tienes ante tus ojos.
Edipo (Al pastor): Tú, anciano, mírame y responde a todas mis preguntas ¿Pertenecías en otro tiempo a Layo?
Pastor: Era su esclavo; no por compra sino por haberme criado en el seno de su hogar.
Edipo ¿A qué te dedicabas? ¿Cuál era tu ocupación?
Pastor: Casi toda mi vida la he pasado en pos de los rebaños. Edipo: ¿Qué comarcas frecuentabas?
Pastor: ¿Qué hacía? ¿De quién hablas?
Edipo: Del hombre que está junto a ti. ¿Has estado alguna vez en relaciones con él?
Pastor: No puedo responder en seguida; ya no me acuerdo.
Mensajero: En esto, señor, no hay nada de particular. Pero te haré recordar claramente lo olvidado. Estoy seguro de que me ha visto cuando sobre el Citerón, él con dos rebaños, y yo con uno sólo, pasábamos como vecinos, desde la primavera hasta que aparecía la estrella Arturo, tres trimestres enteros. Cuando llegaba el invierno, yo volvía a mis establos y él a los apriscos de Layo. ¿He dicho sí o no la verdad sobre lo que hacemos?
Pastor: Dices la verdad, pero de eso hace tanto tiempo.
Mensajero (mostrando a Edipo): Pues aquí tienes al que era en aquel tiempo pequeñito.
Pastor: Que los dioses te confundan ¿No vas a callarte?
Edipo: No te enfades con él, anciano. Son tus palabras, más bien que las suyas, las que merecían ser castigadas.
Pastor: ¿En qué he faltado, yo, señor, el mejor de los amos?
Edipo: En no contestar a lo que él te pregunta acerca de ese niño. Pastor: Porque él habla sin saber y se toma un trabajo en vano.
Edipo: Pues si tú, de buen agrado, no quieres hablar, hablarás a la fuerza.
Pastor: En nombre de los dioses, no me maltrates, que soy anciano.
Edipo: Que se les aten al instante las manos detrás de la espalda.
Pastor: ¡Qué desgraciado soy! Y ¿Por qué razón? ¿Qué quiere, pues, saber?
Edipo: El niño ese de quien se habla ¿se lo entregaste tú?
Pastor: Sí, y ¡ojalá yo hubiera muerto aquel día!
Edipo: La muerte te llegará si no dices la verdad exacta.
Pastor: Si la digo estoy perdido con mucha más seguridad.
Edipo: Este hombre, a lo que veo, anda buscando rodeos.
Pastor: No los busco; ya que le he dicho que se lo había entregado.
Edipo: ¿De quién lo recibiste? ¿Era hijo tuyo, o bien de otro?
Pastor: No era mío, era de otro de quien había recibido.
Edipo: ¿De quién entre estos conciudadanos, y de qué hogar?
Pastor: ¡No, por los dioses, no señor, no lleves más allá tus investigaciones!
Edipo: Estás perdido si tengo que repetirte la pregunta.
Pastor: Pues bien, era un niño nacido en el palacio de Layo.
Edipo: ¿Era un esclavo o un hijo de raza?
Pastor: ¡Ay!, ¡heme aquí ante una cosa horrible de decir!
Edipo: Y para mí también horrible de oír. Pero, la que está en casa, tu mujer, te diría mejor que nadie cómo fue todo eso.
Edipo: ¿Te lo dio ella? Pastor: Sí, rey.
Edipo: ¿Para qué?
Pastor: Para que lo hiciera desaparecer. Edipo: ¿Una madre? Desgraciada. Pastor: Por medio de horribles oráculos.
Edipo: ¿Qué decían esos oráculos?
Pastor: Que aquel niño debía matar a sus padres.
Edipo: Pero tú ¿por qué se lo entregaste a ese anciano?
Pastor: Por piedad, señor. Pensaba que se lo llevaría a otra comarca, a la isla donde él vivía. Más él, para las más grandes desgracias, lo guardó junto a sí. Porque si tú eres el que él dice, has de saber que era el más infortunado de los hombres.
Edipo: ¡Ay!, ¡Ay! Todo se ha aclarado ahora. ¡Oh luz, pudiera yo verte por última vez en éste instante! Nací de quien no debería haber nacido; he vivido con quienes no debería estar viviendo; maté a quien no debería haber matado.
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