El Jorobadito de los diablos
Por Antonio Gramsci
Era un niño cuando conocí al jorobadito de los diablos. En el pueblo le llamaban así. Era un tipo raro. Envuelto en su capa, se parecía a un murciélago, tenía la boca ancha, una boca de rana, y orejas y ojos pequeñísimos.
Aquella noche, el jorobadito estaba sentado cerca del fuego, y con el bastón hurgaba en los carbones encendidos, haciendo voltear en el aire la punta enrojecida. Y producía el efecto de un refulgor sobre su cabeza, de vez en cuando de una aureola roja.
– ¿En los diablos? – preguntó de repente – ¿Entonces tú no crees en los diablos?
Luego, después de un instante de silencio, prosiguió:
– Añade algo más – de leña.
Eché al fuego una brazada de ramas y en aquel momento toda la hoguera despidió una llamarada, llenando de denso humo todo el campo. A través de las ramas crepitantes, se deslizaban serpientes amarillas hacia lo alto terminando en una llama clara. En ese momento me llegó la voz del jorobadito. Sus palabras sonaban como dormidas.
–No, los diablos no son precisamente una broma... Son una realidad, como nosotros los hombres, como las cucarachas, como los microbios... por supuesto, hay diablos de diferentes formas y tamaños...
–¿En serio? – pregunté
No contestó, se limitó a menear la cabeza como si hubiese golpeado la frente contra alguna cosa inservible pero dura. Después, mirando con fijeza las llamas de la hoguera, volvió a comenzar, siempre en voz baja.
– Por ejemplo, existen los diablos lila. Son informes, se parecen a los moluscos; se mueven despacio, como los caracoles, y son muy transparentes. Cuando son muchos su masa gelatinosa forma una especie de nube.
Son terriblemente numerosos. Exhalan un olor acre... “¡Bromeas!...”!, pensaba yo. Sin embargo, si estaba bromeando lo hacia poniendo una cara seria, como un auténtico artista.
–Los diablos de Holanda, en cambio, son unos pequeños seres de color ocre, redondos y mofletudos como bolitas. Tienen cabezas pequeñas y arrugadas, como los granos de pimienta y las patitas muy, muy largas y delgadas como hilos de lino, los dedos unidos por una membrana como una garra roja en la punta.
Yo no dejaba de mirarlo, un poco aturdido y un poco miedoso. Después continuó:
–También están los diablos arlequines; un caos de líneas retorcidas. Normalmente vuelan por el aire, sin detenerse nunca, tejiendo unos dibujos rarísimos. Se asemejan algo a un cielo enrojecido por un incendio.
–Los diablos de pana llevan un sombrero negro, tienen la cara verdosa y emanan una luz humosa, fosforescente. Caminan a saltos como los caballos en el juego del ajedrez. Son los amibos de los bebedores, y a veces desatan la locura en el cerebro del hombre.
El jorobadito hablaba con una voz cada vez más baja, como si repitiese una vieja lección para si mismo. Yo escuchaba con avidez, pero estaba sorprendido. Sus palabras me parecían las de un charlatán o las de un loco.
Ahora te hablaré de otros diablos diferentes – y volvió la cabeza hacia donde yo estaba-. Los diablos más raros son los del rebato de las campanas. Tienen alas, los únicos con alas de todas las legiones de diablos.
Viven en los campanarios. En cambio, más terribles son los de la noches de luna. Son burbujas. En cualquier punto de la superficie de estas burbujas, ahora aparece y luego desaparece una misma cara, azul y transparente, y con unos extraños ojos redondos que no tienen niñas. Cuando se mueven, siempre lo hacen de arriba abajo y de abajo arriba.
Mientras hablaba, tenía el bastón en el fuego, y las lenguas abiertas de las llamas subían a lo largo del bastón hasta sus manos. Cuando se percató de que se quemaba las agitó en el aire. Después con el bastón, empezó a hurgar entre los carbones encendidos. También el bastón se habían prendido y se estaba quemando. Era una escena extraña, pregunté:
– ¿Pero tú crees en serio en los diablos?
Me miró como ofendido. Después gritó con voz vibrante:
– ¡Vete!
Yo escapé. No tenía ganas de que me pegaran. Pero incluso después de una buena zurra yo no hubiese creído en todos esos diablos. Eran una fantasía.
Narración Fantástica.
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