Blanca Varela (Lima, 1926)
Adherida al arte puro, ha cobrado especial interés en los últimos años noventa, aunque desde el principio de su generación ya destacaba no sólo como poeta mujer, lo cual no había sido muy común en su época, sino como poeta en sí misma.
Explora el circuito escondido que fluye del subconsciente a la razón.
Mitifica los pequeños detalles de la cotidianeidad en su poesía purista y revaloradora del surrealismo vanguardista.
Obras
- "Ese puerto existe" (1959).
- "Luz de día" (1963).
- "Valses y otras falsas confesiones" (1972).
Del orden de las cosas
Hasta la desesperación requiere un cierto orden.
Si pongo un número contra un muro y lo ametrallo
soy un individuo responsable. Le he quitado un
elemento peligroso a la realidad. No me queda entonces
sino asumir lo que queda: el mundo con un número
menos.
El orden en materia de creación no es diferente.
Hay diversas posturas para encarar este problema,
pero todas la larga se equivalen. Me acuesto en una
cama o en el campo, al aire libre. Miro hacia arriba
y ya está la máquina funcionando. Un gran ideal o
una pequeña intuición van pendiente abajo. Su única
misión es conseguir llenar el cielo natural o el falso.
Primero se verán sombras y, con suerte, uno que
otro destello; presentimiento de luz, para llamarlo
con mayor propiedad. El color es ya asunto
de perseverancia y de conocimiento del oficio.
Poner en marcha una nebulosa no es difícil, lo
hace hasta un niño. El problema está en que no se
escape, en que entre nuevamente en el campo al primer
pitazo.
Hay quienes logran en un momento dado ponerlo
todo allí arriba o aquí abajo, pero ¿pueden conservarlo
allí? Ese es el problema.
Hay que saber perder con orden. Ese es el primer
paso. El abc. Se habrá logrado una postura sólida.
Piernas arriba o piernas abajo, lo importante, repito,
es que sea sólida, permanente.
Volviendo a la desesperación: una desesperación
auténtica no se consigue de la noche a la mañana. Hay
quienes necesitan toda una vida para obtenerla. No
hablemos de esa pequeña desesperación que se enciende
y apaga como una luciérnaga. Basta una luz más
fuerte, un ruido, un golpe de viento, para que retroceda y se desvanezca.
Y ya con esto hemos avanzado algo. Hemos aprendido
a perder conservando una postura sólida y creemos
en la eficacia de una desesperación permanente.
Recomencemos: estamos acostados bocarriba (en
realidad la posición perfecta para crear es la de un
ahogado semienterrado en la arena). Llamaremos cielo
a la nada, esa nada que ya hemos conseguido situar.
Pongamos allí la primera mancha. Contemplémosla
fijamente. Un pestañeo puede ser fatal. Este es un
acto intencional y directo, no cabe la duda. Si logramos
hacer girar la mancha convirtiéndola en un punto móvil
asunción del fracaso y fe. Este último elemento
es nuevo y definitivo.
Llaman a la puerta. No importa. No perdamos las
esperanzas. Es cierto que se borró el primer grumo,
se apagó la luz de arriba. Pero se debe contestar,
desesperadamente, conservando la posición correcta
(bocarriba, etc.) y llenos de fe: ¿quién es?
Con seguridad el intruso se habrá marchado sin
esperar nuestra voz. Así es siempre. No nos queda
sino volver a empezar en el orden señalado.
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